jueves, 30 de noviembre de 2006

LAS PIÑAS GIGANTES




Bajàbamos corriendo por las escalinatas de piedra laja. Algunos ibamos derrapando por los taludes de tierra, entre lo que llamábamos "tunas" (hoy se que eran plantas de Aloe), haciendo fintas y quiebres de cintura para esquivarlas. Competiàmos por ver quien llegaba primero a las hamacas, aunque cada uno tenìa la suya, de acuerdo a la propia altura. La pelota ya habìa sido pateada desde lo alto, imitàndo a los equipos de fùtbol de la època cuyo capitàn, no bien entraba a la cancha, sacaba la guinda de abajo del brazo y le pegaba tremendo patadòn hacia lo alto, haciendo explotar el fervor contenido en las tribunas.Nosotros hacìamos lo mismo, y nos autocoreàbamos, ya que hinchada no tenìamos. Era una mañana cualquiera de diciembre a marzo del año 70 o 72. El ritual se repetìa todos los dìas de esas vacaciones que nos dejaban libre albedrìo para disfrutar del parque Capurro. Extrañamente era raro encontrarse con alguien. Salvo nosotros (Ulises Ongaro, Daniel Gutierrez, ocasionalmente su hermano menor, Gustavo, con el tiempo jugador de la selecciòn Uruguaya, y el negro Hèctor Omar Verderosa, mi cumpa), el lugar estaba desierto y a nuestra disposiciòn para todo tipo de juerga infantil.





La noche anterior habìa llovido fuerte y parejo y arremolinado habìa sido el viento que venìa de la bahìa. Temporal de puta madre. Daban fe de ello, las ramas caìdas de los añosos àrboles entre los que habìa eucaliptos centenarios, pinos marìtimos, acacias, aromos y unos gigantescos cuyo nombre aun desconozco con ramas plagadas de hojas semirìgidas màs parecidas a cuchillos afilados y que pinchaban como tal. Nunca jugàbamos debajo de esos àrboles, porque pisar una de aquellas saetas o caerse sobre ellas, garantizaba una lastimadura importante y la consiguiente paliza de la vieja, por boludo. Ahora bien, el dìa post tormenta, encontramos al pie de uno de esos gigantes, una especie de piña enorme (tendrìa unos treinta cm de alto por unos 20 en su parte màs ancha, pesando su buen kilo y medio. Verla tirada y levantar la cabeza fue en un solo movimiento. Allà arriba, a siete, diez metros, pendìan otras bambolèandose sobre nosotros. Eran de un verde oscuro, pètreas de dureza, abigarradas e impenetrables. Llevamos la piña caìda a un anfiteatro que habìa en el parque y la arrojamos al nivel inferior, unos 15 metros abajo, hacièndola golpear contra las baldosas de hormigòn que alli habìa. Qerìamos ver que tenìa adentro. Era tan resistente, que apenas se agrietò, pero igual pudimos fisgonear que en el interior tenìa.....semillas, acordes a su tamaño, por supuesto. (no se que esperarìamos encontrar) Satisfecha la curiosidad, alguno de nosotros propuso jugar a la pelota y la piña gigante fue olvidada ràpidamente. Hace poco la traje de vuelta. Pero estaba tan ligada a recuerdos felices, que treinta y pico de años despuès, la veo con otros colores. La veo de otra manera.

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